Por Justin Agrelo, Natalie Frazier, Malik Jackson y Woojae Julia Song
Este artículo, publicado originalmente en inglés por City Bureau, está disponible en español gracias al proyecto “Traduciendo las noticias de Chicago”, del Instituto de Noticias Sin Fines de Lucro (INN).
Este artículo es parte de la serie “Viviendo al borde del desalojo”, producida por City Bureau, un laboratorio de periodismo cívico con sede en Chicago.
Durante meses, Andre Wallace* había intentado mudarse. El apartamento ubicado en West Garfield Park y que comparte con su pareja y sus dos hijos pequeños, está derrumbándose. En los primeros meses de vivir ahí, la joven pareja ni siquiera tenía una cocina en buenas condiciones. Cada que llueve, cae agua del techo lo que ocasiona que caigan escombros en el apartamento. En el baño, en ocasiones el agua sale café, y si es que sale.
Wallace ha luchado para que su arrendador arregle cualquier cosa. Ha estado tentado a reportar a la Municipalidad las violaciones atroces al código de construcción, especialmente cuando sufre de ataques de frustración por las condiciones del lugar. Pero ha preferido evitar el intercambio de amenazas y promesas vacías.
“No dejaba de decirme: ‘Colabora conmigo’. Y soy joven, así que estoy colaborando”, dijo Wallace sobre su arrendador. “Pero, nada”.
Pero cuando el techo comenzó a derrumbarse y un mal tropiezo en el porche del edificio casi lo deja sin poder trabajar, Wallace decidió que ya era suficiente. Era hora de mudarse. Entonces, la pandemia de COVID-19 golpeó.
A Wallace le redujeron las horas de trabajo en el concesionario Mercedes Benz en el que ha trabajado durante años. Luego, su pareja perdió el trabajo que tenía en un Dunkin’ Donuts, ambos como resultado directo del impacto de la pandemia en la economía de Chicago, donde miles de empleos han desaparecido, al menos 3,200 negocios han cerrado permanentemente, y los hogares con ingresos menores como el de Wallace, fueron los más afectados.
A principios de mayo la joven pareja sabía que no sería capaz de pagar su alquiler. “Estábamos nerviosos”, recordó Wallace. “Pero de nuevo descarté llamar a la Municipalidad y hacer un reporte, pensando que quizá el arrendatario nos ayudaría”.
Dos meses más tarde, el 10 de julio de 2020, su arrendatario solicitó una orden para desalojar a la joven familia. Wallace no supo de ello hasta octubre, cuando recibió una carta de los reporteros de City Bureau.
Wallace fue uno de los más de 1,500 residentes de Chicago que fueron golpeados con una solicitud de desalojo residencial después que el 21 de marzo de 2020 se implementara la orden de quedarse en casa.
A pesar de la prohibición estatal de desalojos, los arrendatarios aún están presentando documentos para expulsar a los inquilinos que representan
una amenaza directa para la salud y la seguridad de otros inquilinos” o “un riesgo inmediato y grave para la propiedad”. Wallace y al menos otras seis personas con las que hablamos para este proyecto, dicen que creen que fueron golpeados con una orden porque debían el alquiler, no por problemas de salud y seguridad.
Durante meses, los defensores de la vivienda han advertido de una inminente crisis de desalojo en la que hasta un 31% de los residentes de Illinois podrían ser desalojados una vez que venzan las protecciones locales, estatales y federales.
Si bien la moratoria ha reducido las solicitudes de desalojo en un 77%, no ha impedido que los propietarios obliguen a los inquilinos a salirse, esto por medios más agresivos, como cierres ilegales, acoso o amenazas de violencia.
Para los inmigrantes indocumentados quienes muchas veces tienen miedo hacer valer sus derechos de vivienda por temor a ser deportados o verse atrapados en el sistema de justicia penal, los desafíos son todavía más.
“La gente ya se está yendo”, dijo Moisés Moreno, director de Pilsen Alliance, que conecta a los residentes con viviendas de emergencia, comida y otros servicios sociales. “El desplazamiento ya está pasando. No hace falta esperar a que los tribunales reabran”.
Los inquilinos que durante la pandemia han perdido sus fuentes de ingresos tienen pocas opciones cuando se trata de asistencia en dinero en efectivo.
En la primavera pasada, cuando el Departamento de Vivienda de Chicago abrió su primera ronda de asistencia de alquiler, 83,000 personas solicitaron y solo había dos mil subvenciones disponibles. Ya sea que los programas de subvenciones fueran administrados por el gobierno o creados por grupos de ayuda mutua de base, la demanda ha superado con creces a la oferta.
El otoño pasado los reporteros de City Bureau se dispusieron a hablar con residentes de Chicago como Wallace, que durante una pandemia global y una crisis económica sin precedentes, están siendo demandados ante un tribunal de desalojo, o forzados a abandonar sus hogares.
Nuestro objetivo era aprender y documentar cómo se ve la llamada “avalancha de desalojos” en términos materiales, ante los ojos de la gente común, en una ciudad con un historial particularmente sombrío en cuanto a prácticas racistas en el sector de la vivienda.
Para muchos inquilinos negros y latinos de clase trabajadora y de bajos ingresos como Wallace, esto no es nada nuevo: La pandemia sólo ha agravado una crisis de vivienda ya en curso.
En varias de las historias que compartimos a continuación, cambiamos los nombres de las personas por petición de ellos. Algunos, porque estaban preocupados por las represalias de sus propietarios. Otros temían la vergüenza pública que a menudo se impone a las personas pobres y de la clase trabajadora que tienen mala suerte y sólo tratan de sobrevivir.
Esos nombres están marcados con un asterisco.
Escuchamos historias de lucha y pérdida. Aprendimos cómo un documento de desalojo puede ser un arma utilizada contra los inquilinos, muchas veces sin su conocimiento.
Aprendimos cómo es que tan fácil las personas cayeron en las grietas de una prohibición de desalojo ineficaz y de sistemas de apoyo inadecuados. Cómo es que no hacer un pago de la renta puede devastar a toda una familia, arrojándola a un nivel bajo de inestabilidad de la vivienda, en el que sobrevivir significa amontonarse en una pequeña y cara habitación de hotel con otras cuatro personas, al mismo tiempo que se nos ha dicho que debemos mantener la distancia.
Y como muchas historias de Chicago, también escuchamos ejemplos de ingenio e inventiva. Hablamos con grupos comunitarios y funcionarios públicos que están trabajando activamente para dar soluciones, ya sea a través de la legislación, la organización de inquilinos, el servicio directo o el activismo. Fuimos testigos de cómo a pesar de todas probabilidades en su contra, las personas se negaban a ceder ante la desesperación.
La mayoría de las personas con las que hablamos tenían la esperanza de que pronto llegarán días mejores, ya fuera por voluntad política o por su propia genialidad.
Estas son siete de esas historias, tal y como les fueron contadas a los reporteros de City Bureau. Para propósitos de claridad, estas entrevistas se han editado y condensado.
Crecí en el oeste de Chicago. Nacido y criado en el barrio. Nunca he pertenecido a alguna pandilla ni nada por el estilo. He hecho todo lo posible para mantenerme limpio. He trabajado en el mismo empleo desde hace casi seis años. Mi pareja estaba trabajando en un Dunkin’ Donuts. Ha trabajado en el mismo lugar durante dos o tres años. En mi caso, he trabajado en un concesionario de automóviles. Mi vida estaba bien. Quiero decir, tenía 22, 23 años y dos hijos. No es lo mejor a esa edad, pero estaba haciendo una vida propia.
Encontré este apartamento a través de mi tía, quien vive en el primer piso del mismo mismo edificio. Ha estado allí durante 15 años. Buscaba un sitio para quedarme, crecer personalmente y criar a mi pequeña familia,¿sabes?. Después de que firmé mi contrato de arrendamiento y le di a este hombre mi dinero, bajé por primera vez al apartamento de mi tía. Tiene 78 años y el apartamento debido a los daños causados por el agua, no tenía techo en el baño ni en la cocina. Aun así, sabiendo el estado de su apartamento, vienen y le cobran $800 mensuales.
Comencé a tener problemas cuando le seguí pagando al hijo de la arrendataria todo mi dinero, y este tipo no venía a a mi hogar a arreglar nada. Cada vez que le decía que iba a llamar y reportarla con la Municipalidad, ella me decía, prometiéndome: “Claro, lo haré”. Y luego caí en su trampa. Le pagué el alquiler y no volví a verla. Así que llegué un punto en el que pensaba, está bien, voy a usar $100 del alquiler y repararé lo que necesito dentro del apartamento. Hay días en los que no puedo bañar a mis hijos en la bañera porque no sale agua de la llave. Otros, sale color marrón. Y otros, no hay
Tenía planeado mudarme a principios de 2020. Pero entonces el COVID golpeó y literalmente, me quedé atascado aquí. Nadie está mostrando apartamentos o algo por el estilo Las cosas se pusieron difíciles. Me redujeron las horas de trabajo. Mi novia perdió su trabajo y luego todo dependía de mí. Ahora ella no puede trabajar porque alguien tiene que estar en casa con el aprendizaje en línea.
Eventualmente, me atrasé en el alquiler. Fue decidir, o pago el alquiler o la comida, o trato de sobrevivir. Fue difícil. Soy el único trabajando, tratando de pagar el alquiler, la cuenta de la luz, tener nuestros teléfonos funcionando.
Cuando me enteré de los subsidios de vivienda, ya era demasiado tarde. La propietaria me llamó y me preguntó si podía solicitarlo. ¿Por qué pediría una subvención de 5,000 dólares si no haces lo que se supone que debes hacer con el dinero que estás recibiendo ahora, dinero que cada mes me robas a mí y a mi tía? No tenía sentido.
No sabía nada sobre la orden de desalojo hasta que usted [el reportero] me envió la carta. Esa fue la primera vez que recibí algo al respecto. No deberíamos tener que ser penalizados por el COVID-19, algo con lo que no tuvimos nada que ver. Pienso que deberían dar un programa de perdón del pago del alquiler. Deberían posponer los avisos de desalojo para las familias trabajadoras que solo tratan de ganarse la vida. Pero también tienes arrendatarios que solo usan y abusan de sus inquilinos.
Mi hijo de cinco años asiste a la guardería. Recibe terapia de lenguaje. Mi hija tiene trastorno por déficit de atención e hiperactividad (ADHD, por sus siglas en inglés). A veces no es capaz de controlarse. Soy una mamá que constantemente está detrás de mis hijos. Si se meten en problemas, ahí estoy. Si necesitan dar un paseo, ahí estoy.
Están haciendo lo del aprendizaje en línea aún cuando ni siquiera tenían computadoras portátiles. Mi hijo está haciendo la tarea en su teléfono. Dos de mis hijos son adolescentes. Realmente no quieren hacer el trabajo. He discutido con ellos. Les digo que tienen que continuar con sus estudios, que es por su bien. Quizás si hubiera escuchado a mis padres y hubiera estudiado, no estaría en esta situación.
Han pasado muchas cosas. He perdido horas en el trabajo. Ya sabes cómo son estos lugares. Si no hay clientes, te mandan a casa. Mi jefe dijo: “Eres una buena empleada. Solo tienes mala suerte”. Mi marido estuvo sin trabajar durante cuatro meses. Le fue difícil encontrar un empleo. No puedo confiar en él. Siempre lo despiden por no ser de aquí. Está tratando de legalizar su ciudadanía.
Desde antes, esa casa [donde vivía) se estaba cayendo a pedazos y el propietario nunca hizo nada para arreglarla. Alquilé el primer piso. Mi servicio de luz y gas también estaban conectados a la unidad del sótano, pero el propietario nunca me dio dinero por eso. Eso me ocasionó una deuda de $3,000. Intenté hablar con él al respecto y él solo dijo algo como “ya te fuiste, no hay nada más que hablar”.
Perdí mi apartamento porque no podía pagar el alquiler. Tuve que ir a vivir con una de mis cuñadas. No fui desalojada. Acabo de recibir una llamada diciendo que iban a matar a mi familia y a mi si no les daba el dinero. El primero en recibir mensajes como este fue mi marido, luego mi hijo, luego yo. Realicé un informe policial. Cambié nuestros números telefónicos. Honestamente, temía por mi vida, porque no sabía si se trataba de una broma o no.
No entendía qué estaba pasando y por qué estaba en esta situación. Me preguntaba qué hice mal. Soy una persona trabajadora. Trabajo mucho y aun así, es difícil. Muy difícil
Cuando salí de ese apartamento, lo dejé en buenas condiciones. Cuando volví por mis cosas, estaba todo sucio. Tuve que deshacerme de muchas cosas. En este momento, sólo tengo como $50. Tengo que comprar una cortina para el apartamento donde vivo ahora. No tengo sofás. Tengo un juego de comedor, pero se está cayendo a pedazos. Tengo tal vez, tres o cuatro platos. Mis hijos necesitan chamarras, y estoy pensando, “¿Dónde y cómo voy a conseguir algo?”.
Traté de ponerme en contacto con muchas organizaciones. Les decía: “No quiero nada para mí. Sólo quiero cosas para mis bebés”.
Ahora ya tengo una casa donde vivir. Doy gracias a Dios, porque mi hijo estaba trabajando en una pizzería Domino’s. Me ayudó con $1,300. Estoy orgullosa de él. Le dije: “Cariño, te lo pagaré cuando tenga [el reembolso de] mis impuestos”. Y él dijo: “Está bien, mamá. cuando puedas”. Está motivado a ir a la universidad para ser llegar a ser un paramédico. Siempre me anima y eso es una bendición. Me dice: “Un día dejarás de trabajar y sólo disfrutarás de la vida. Un día, tendrás tu propia casa, tu propio lugar, para ti sola. Por eso voy a la escuela. Mamá, voy a hacer que te sientas muy orgullosa de mí”.
El apartamento se está derrumbando. Cuando me mudé, el propietario ni siquiera cambió la alfombra. Hay moho. La plomería tiene problemas. La electricidad también. Con los problemas de plomería, tengo que esperar 30 minutos a una hora para tomar una ducha. Un día el agua está caliente, al siguiente, fría. Aun con todos estos problemas, me acosa para que le pague el alquiler.
Incluso antes del COVID-19, nunca vi al propietario. La única vez que lo veo u oigo de él es cuando el tipo que vive en el apartamento de abajo necesita que le arregle algo o cuando viene a recoger su correo. La única razón por la que renté este apartamento es porque él me prometió que iba a hacer cambios. No ha hecho nada.
Perdí mi empleo debido al COVID-19. Al arrendatario eso no le importó e igual me envió una orden de desalojo de cinco días. Desde entonces no he vuelto a trabajar. Le dije que solicité la asistencia de alquiler y que él tenía que poner de su parte. Supongo que no quiere. Solo me quiere fuera de su apartamento.
Le expliqué que no tengo los recursos para mudarme. Lo siguiente que pasó, fue que recibí un aviso en el correo donde se me avisa que me está demandando. Llegó al punto en que me cortó el agua caliente. Me quejé a la Municipalidad y me regresó el servicio de agua.
De cualquier manera, estoy tratando de salir de ese lugar. Se está derrumbando y hay demasiados problemas. Sé que va a ser difícil conseguir un apartamento con el desalojo ya en mi expediente. Estoy cansada de vivir así con mis hijos. Tengo un bebé de cuatro años. Quiero que mis hijos estén cómodos. Estoy dispuesta a mudarme porque no quiero pasar por el proceso de desalojo. Solo necesito ayuda.
Advertencia de contenido: esta sección incluye detalles de agresión sexual
Nací en Atlanta y me crié en Louisiana. Soy una chica sureña. Me mudé aquí cuando tenía 18 años de edad, para acudir a la universidad. Me transferí a UIC con créditos especiales otorgados por ser una persona negra en el campo de la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés)
Realmente no podía pagar mis estudios. Pensé que podría conseguir el dinero, pero no sucedió.
Terminé sufriendo una agresión sexual que me dañó mentalmente. No me estaba desempeñando bien en mis clases. Posteriormente, no pude pagar la escuela ni quedarme en el campus. Hablé con los decanos. Hablé con los profesores. Les conté mi historia y todo. Y no había ninguna solución para lo que me estaba pasando.
No podía volver a casa. En ese momento, mi mamá también estaba sin un lugar donde vivir. Estaba tratando de averiguar su situación. Me contactó con un pariente que vive en el oeste [de la ciudad], en Austin. Terminé dejando UIC y quedándome con mi familia y durmiendo en su sofá durante cuatro meses. Mis cosas estaban en cajas. Todavía me estaba recuperando del abuso.
Posteriormente me mudé a un apartamento en un sótano, en Kenwood Oakland. Desde el primer día que me mudé, hubo problemas con el apartamento. Las encimeras eran horribles. Los gabinetes se estaban cayendo. Había daños ocasionados por el agua, huecos en los gabinetes cerca del piso, por donde los ratones podían arrastrarse; en fin, en todo tipo de mierda. Al año, comenzó a formarse moho en el baño. Les llamaba [a los propietarios] para que quitaran el moho.Venían y lo pintaban. Eso hacía que estornudara mucho.
En julio o agosto, comenzó a desarrollarse un olor en una de las tres habitaciones. Era moho. El olor era tan malo que la persona que se quedaba en la habitación ya no podía quedarse allí. Vivir en el apartamento estaba afectando nuestra salud. Tosíamos y estornudábamos todo el tiempo. No podíamos respirar bien. Pensaba que, “bueno, estaré bien. A finales de agosto pensé que no pagaría el alquiler de septiembre, porque el propietario no había arreglado nada. El administrador de la propiedad dijo que después de arreglarlo, el alquiler aumentaría a $1,300 dólares. Y pensé: “¿Cómo es que nos vas aumentar el alquiler de $865 a $1,300? ¿Has perdido la cabeza?”.
Con el tiempo, empecé a buscar otro apartamento. La convocatoria para la solicitud para asistencia de alquiler de la Municipalidad terminó antes de que pudiera solicitar. Dejé mi trabajo cuando mis horas se redujeron; los trabajos durante la pandemia son escasos. Terminé haciendo una campaña de GoFundMe. Eso fue algo muy difícil para mí: pedir ayuda a la gente. Soy una persona que nunca ha pedido ayuda. A pesar de todo lo que te he dicho, de haber sido agredida en dos ocasiones, de estar sin hogar, de tener problemas con la vivienda, nunca he dicho que necesito esto o aquello. Siempre lo soluciono por mi cuenta.
Me encantó el barrio donde se ubica mi antiguo apartamento. Había estado en ese barrio durante mucho tiempo. Estaba súper triste por tenerme que ir. Pero me gusta el barrio en el que estoy ahora [Washington Park]. Me encanta mi nuevo apartamento. Me siento cómoda y libre. Me gusta cómo es la gente. Ahora estoy en un espacio donde si toso o estornudo, no es por el moho es porque tal vez el vecino estaba fumando. Y eso es muy distinto.
Todavía voy a la escuela. Estoy poniéndome al día en mis clases. Estaba tan concentrada en conseguir un lugar seguro para vivir que mis clases pagaron las consecuencias. También voy a terapia. Ahora estoy en mejores condiciones. Pero también tengo mucha ansiedad escolar. Estoy estudiando ciencias de la salud integradas con un asociado en química. Quiero ser médico. Todo este tiempo, desde los 18 hasta los 24 años, fui a la escuela cada semestre, incluso si suspendía mis clases, incluso si no tenía dónde vivir o si sufría de depresión. Todavía iba a la escuela. Todo esto que te cuento, es un testimonio de cómo alguien puede hacer algo si pone su mente en ello.
Han pasado más de dos años desde que me mudé. Vivir en un primer piso es perfecto. Se me dificulta subir y bajar las escaleras. Tengo asma. Vivo con mi nieta, la novia de mi nieta y el hijo de la novia de mi nieta. Se preocupan por mí. Hace unos años, estuve al borde de la muerte. Tuvieron que realizarme una cirugía de emergencia. Dijeron que había muerto en la mesa y que tuvieron que reanimarme.
Siempre pagaba mi alquiler a tiempo. Trabajé con UPS durante casi 16 años. Recibo una pensión. Es poco, pero me ayuda a comprar las cosas necesarias como el papel de baño y champú.
El baño tenía una ventana rota; durante el invierno he tenido que usar un plástico para cubrir el frío que entra. Plagas, hay todo el año. Caen goteras del techo de mi habitación. En el invierno, tienen que poner un calentador eléctrico en el dormitorio. Ellos [los propietarios] siempre dicen: “No te preocupes. Nos encargaremos”. Eso es todo lo que consigo. Promesas, promesas, promesas. Y hasta el día de hoy, no han hecho nada.
En julio, le ofrecí a uno de los propietarios —que es una mujer de edad avanzada— hacer las reparaciones en el apartamento usando parte del dinero del alquiler, y dándole el saldo restante, más los pagos de las utilidades. Dijo: “No, de ninguna manera. Si no me pagas el alquiler, quiero que te mudes”.
La miré, pensando para mí, ¿cómo? ¿En serio me estás diciendo que quieres que me vaya porque me ofrecí a arreglar el apartamento? Simplemente no lo entiendo. Durante dos años he esperado que usted arregle el apartamento. Está más interesada en el dinero que en ayudar a su inquilino. En ese momento, empecé a retener el pago del alquiler.
Aproximadamente 10 días después, me dio un aviso de cinco días. Hace un par de días recibí una carta de la corte donde se me avisaba de mi cita en la corte para mi desalojo. Debido al coronavirus, será en línea, en video. El propietario ni siquiera me dijo que iba a desalojarme.
Me temo que el juez va a decirnos que tenemos que irnos. No tenemos a dónde ir. Me gusta mucho esta casa. Si esto termina en mi reporte de crédito, estoy arruinada. No puedo quedarme en la calle.
No tenía un abogado. Esperaba poder decir algo cuando el juez denunciara mi caso. Y en cambio, el abogado de la oposición era el que hablaba y no tuve la oportunidad de decir nada. Ella [la juez] sólo me preguntó quién era yo y dónde vivía; eso fue todo. Creo que solo estuvimos ante la cámara durante 15 o 20 minutos. Fue muy rápido. Antes de darme cuenta, dijo que quería continuar con el caso en una fecha posterior.
Hace poco, apagaron el calentador del sótano, así que ahora, uso la estufa para calentar la casa. Ayer, me di cuenta de que el agua goteaba nuevamente en mi habitación. Solo en lo que va del año, ha goteado agua en mi habitación como cuatro veces.
A la propietaria, le recordé que eso era de lo que quería hacerme cargo que me ocupara antes de que saliera de control. “Te pregunté si podía hacer las reparaciones y me dijiste que preferirías verme mudar. Tú has hecho esta situación mala, no yo. Me ofrecí a ayudarte; tú en cambio, me pediste que me fuera”.
Nos estábamos quedando con miembros de la familia aquí y allá. Tengo un par de hermanas aquí en Illinois. Tenían sus propias reglas y era hora de que nos fuéramos. Había mucha presión para que me apresurara y encontrara algo. Cuando estás bajo presión con tres hijos y una esposa, no tienes otra opción. Estábamos en la calle.
Fue entonces que encontramos un lugar. El propietario era un amigo. Estudiamos en la misma escuela. Conocía a la misma gente que yo conocía. Dijo que tenía una casa en alquiler, así que me mudé. Éramos cinco personas en una casa de dos dormitorios. Nos quedamos allí durante casi dos años. Puedo mostrarles fotos de todo tipo de locuras. El fregadero goteaba. El techo tenía daños por agua y se estaba cayendo sobre las cabezas de los niños. La puerta trasera no tenía vidrio en las ventanas. Estaba envuelta en plástico. Cosas por el estilo. Era demasiado incómodo.
Soy camionero. Antes de que llegara la pandemia, mi alquiler y todo estaba pagado. Estábamos bien. Estaba haciendo una cantidad sustancial de dinero; ni siquiera me dejaban solicitar cupones de comida. Entonces, el negocio de camiones comenzó a venirse abajo. Durante la pandemia, muchos conductores no tienen trabajo.
Me despidieron entre marzo y abril. La primera vez que no pude pagar el alquiler fue en mayo. Llamé al propietario y le dije: “Hey amigo, estoy despedido. Se me dificultará pagar el alquiler de este mes. Déjame tratar de pagar al menos algo el mes”. No dijo nada. Luego, dos o tres semanas después, dijo que había presentado la orden de desalojo. Aseguró que el alguacil vendría a entregarme unas órdenes de desalojo. No trató de resolver nada. Eso fue lo más raro. Solo me retrasé un mes, rumbo al segundo mes de renta. Hay algunas personas que se retrasan más.
Me sorprendió. Como amigo, sabía que tengo tres hijos y una esposa. Sabía que el COVID-19 ha afectado a mucha gente. Lo saben. ¿Por qué haría eso? Entonces, lo que quiere es que me sea más difícil conseguir un nuevo lugar para vivir. ¿Cómo puedo moverme de su casa cuando pone una orden de desalojo a nombre, haciéndome más difícil conseguir un nuevo lugar para vivir? Pero él, veía esto como un negocio, no como una amistad.
Ahora estamos alojados en un hotel. Desde entonces hemos estado alojados en varios hoteles. Tuve que dejar algunas cosas. Nuestra estufa, el refrigerador, ropa, comida. No sé qué fue de eso. Tal vez se los quedó.
La habitación del hotel es pequeña. Solo tiene dos camas. Cinco personas, en una habitación con dos camas. Mi esposa y yo dormimos en el suelo. No puedo dejar que mis hijos duerman en el suelo. Cuando nos mudamos, la habitación costaba $112 diarios. Pero como he estado allí por un tiempo, bajaron los impuestos y el precio de la habitación. Fueron más indulgentes.
Mi esposa no estaba trabajando. Eso hizo todo más difícil. El desempleo era solo la mitad de mi sueldo. Pero por la gracia de Dios, el desempleo fue algo que tuve la suerte de conseguir. Fue una lucha durante algunos meses, al menos tres. Se sintió como un año. Ojalá hubiera hablado antes sobre esto contigo. Si me hubieras dicho que todavía no estaban poniendo ninguna orden de desalojo, probablemente todavía estaría allí. Pero pensé: mientras mis hijos coman, estoy bien. Mientras tengan un techo sobre sus cabezas, están bien.
Esta pandemia es algo difícil. Algo que nunca antes habíamos visto. El gobierno debería intervenir y no dejar que los propietarios nos hagan esto. No es nuestra culpa que perdimos nuestros ingresos debido al virus. Pero estaremos bien. Dios nos protege. Mientras me tenga a mí, estaré bien. Nunca voy a deprimirme.
Regresé a trabajar. Otra vez manejando. Desde octubre. Algún día tendré mi propio camión. Ese es mi futuro. Mi futuro es grandioso.
Advertencia de contenido: esta sección incluye detalles de violencia de pareja
Soy madre soltera de cinco hijos. Crecí en un barrio de clase baja de Chicago. Crecí como muchos niños de Chicago: con muchas carencias, tratando de sobrevivir mientras vivía en diferentes refugios. Mi madre no podía hacerlo sola, así que tenía que darnos a quien pudiera cuidar de nosotros. Como nos mudamos mucho, nos transferimos a muchas escuelas. Eso fue muy difícil. La peor parte fue conocer a nuestros amigos y luego tener que ir a otra escuela. Viví con mi abuela durante cinco años. Ella fue quien me crió para ser quien soy ahora.
Todo iba bien hasta que en febrero de 2020, viví la verdadera violencia doméstica por parte del padre de mis hijos. Trabajaba como cajera en Shark’s Chicken. Perdí mi trabajo un mes después de que nos mudamos debido a que mi cara estaba en mal estado y yo no quería ir a trabajar así. Mi jefe me despidió. No creía que yo estaba sufriendo violencia doméstica Pensó que yo simplemente faltaba al trabajo sin ninguna razón, pero no era así. Me pagaba en efectivo, así que no había forma de solicitar el desempleo. Cuando te pagan en efectivo, es como si ni siquiera estuvieras trabajando.
Estuve hospitalizada por un tiempo. El padre de mi hijo arruinó muchas partes de mi cara. Cuando salí, tuve una conversación con el propietario de donde vivía, esto con la cara hinchada. Le hice saber que estaba atrasada en el alquiler porque no podía trabajar. Dijo que estaba bien, que resolveríamos las cosas. Después de ese día, no lo volví a ver. Debido al COVID, no pude encontrar un nuevo trabajo para al menos tratar de pagarle algo de dinero y llegar a algún tipo de acuerdo. La ciudad había cerrado. La gente no estaba contratando. Fue muy difícil.
En realidad pensé que sería un tipo agradable y comprensivo. Pero veo cómo es cuando la gente no recibe su dinero. Empezó a venir, haciendo cosas pequeñas para sacarme del apartamento ilegalmente. Empezó a cortarme el agua. Rompió mi horno. Apagó las luces. Se llevó a mi gato. La Municipalidad lo multó después de que llamé 311 para quejarme luego que rompió mi horno.
Mientras dormía en mi habitación con mis hijos, vino al apartamento para darme un aviso de cinco días. Me desperté para ir al baño y allí estaba él, parado, en la sala. “¿Qué haces aquí?”, le pregunté. “Te estoy dando un aviso de cinco días. Tienes cinco días para irte o sacaré todo”, me dijo.
Le respondí que tenía que llevarme a la corte y me dijo: “No voy a hacerlo, aquí está el aviso de cinco días”, y se fue. Llamé a la policía justo después de que se fue e hice un informe. Mis hijos estaban asustados. Esa noche, dejamos el apartamento porque no sabía si iba a volver. Fue aterrador.
El día que se incendió el apartamento, yo estaba en el hospital apoyando a mi mejor amiga. Acababa de tener a su bebé. Después de salir del hospital, recogí a mis hijos de la casa de mi madre. Ella vive a un par de cuadras de distancia de donde yo vivo. Cuando llegamos a casa, vi el humo salir de la parte trasera de la casa. Llamé al 911 y luego a mi madre. Los bomberos dijeron que el incendio comenzó por un cigarrillo, pero no lo creo. La mayoría de nuestras cosas se quemaron o se destruyeron a causa del humo. Todos estábamos llorando porque eso era todo lo que teníamos. Ahora no tenemos nada, excepto la ropa que teníamos puesta ese día.
He intentando conseguir donaciones. Mi orgullo hace que se me dificulte pedir limosnas porque estoy muy acostumbrada a hacer todo por mi cuenta. Pero ahora mismo, necesito mucha ayuda. Estaba tratando de encontrar algo de ayuda, por la violencia doméstica. Seguí llamando a la corte de violencia doméstica. Dejé mensajes de voz muchas veces, pero nunca me llamaron. He estado tratando de reubicarme. Mi pareja está en la cárcel, porque lo reporté.
La Municipalidad debería investigar los desalojos antes de que empiecen. Deberían tomarse su tiempo y escuchar la versión de la gente. Solo quiero que la gente sepa que no tienes que aguantar la violencia doméstica. No es algo agradable. No es algo que debas aguantar. Eso, dalo por hecho. Todos merecemos algo mejor, todos merecemos vivir felices.
City Bureau identificó a 445 inquilinos con un caso pendiente en el tribunal de desalojo, utilizando registros judiciales adquiridos por medio de una solicitud de registros dirigida al Secretario del Tribunal de Circuito del condado de Cook. A cada inquilino le enviamos una carta informando del trámite y le preguntamos si estaba dispuesto a compartir su historia con nosotros.
También entrevistamos a personas mientras estaban en fila en el Departamento de Vehículos Motorizados (DMV, por sus siglas en inglés) y creamos una campaña en las redes sociales donde podían inscribirse para hablar con un reportero del City Bureau.
Al final, nuestro equipo habló con 32 residentes de Chicago que debido al COVID-19, se sintieron y fueron amenazados con la inseguridad en la vivienda. La mayoría se enfrentaba a condiciones negligentes en el hogar, desde menores (plagas ocasionales) hasta las más severas (moho negro).
La mayoría de las personas con las que hablamos se identificaron como negras o latinxs, 20 eran mujeres y todas habían experimentado algún tipo de dificultad financiera o personal que estaba relacionada directamente con la pandemia.
Traducido por Gisela Orozco