Este artículo, publicado originalmente en inglés por Injustice Watch, está disponible en español gracias al
proyecto “Traduciendo las noticias de Chicago”, del Instituto de Noticias Sin Fines de Lucro (INN).
Por Carlos Ballesteros
Menos de una semana después de que un oficial de policía de Chicago matara al joven de 13 años Adam Toledo, Brayham Martínez empezó a ver comentarios despectivos sobre el niño en Facebook.
Los comentarios, según Martínez, provenían de un grupo de Facebook de vecinos de La Villita, una comunidad predominantemente mexicana ubicada en el lado oeste de Chicago. Fue ahí donde el policía Eric Stillman mató a tiros a Adam el 29 de marzo. Personas del grupo se preguntaban por qué el adolescente estaba en la calle en la madrugada de esa noche, mientras que otros culpaban a la madre por no saber dónde estaba.
“Se esforzaron tanto en argumentar que la vida de este chico no importaba porque llevaba un arma, lo que justificaría que fuese ejecutado”, dijo Martínez, un hombre de 24 años, obrero de la construcción que vive en La Villita.
Muchos residentes del vecindario asumieron que Adam era un miembro de una pandilla. Sus conclusiones se basaron por la descripción policial del tiroteo como un “enfrentamiento armado” y publicaciones en las redes sociales donde Adam supuestamente aparece haciendo gestos con símbolos pandilleros. En un vecindario que ha luchado contra la violencia de las pandillas, eso fue suficiente para que algunos en la comunidad denigraran a Adam y su familia. Sin embargo, otros residentes, como Martínez, no están de acuerdo con dichas acusaciones. Desde que la municipalidad publicó las imágenes de las cámaras portátiles policiales—las cuales parecieran mostrar a Adam soltar un arma y levantar sus manos vacías justo antes de que el oficial le disparara—Martínez dijo que ha pasado incontables horas respondiendo a comentarios negativos en Facebook sobre la muerte de Adam.
Las agitadas conversaciones en línea reflejan la tensión que hay en la comunidad de La Villita. La muerte de Adam ha desatado una serie de marchas y protestas contra la violencia policial en el vecindario. Aun así, muchos se apresuraron a culpar a la familia de que Stillman lo matara esa noche por su supuesta afiliación con una pandilla. Esta mezcla de reacciones en La Villita resalta la compleja relación que hay entre los residentes latinos de la ciudad, las pandillas y la policía, según académicos, organizadores comunitarios y más de dos docenas de residentes entrevistados por Injustice Watch.
La respuesta de la comunidad también podría tener mucho que ver con la raza, aseveran los expertos. La reluctancia de algunos miembros de la comunidad a protestar por la muerte de Adam y la violencia policial, podría ser una ventana a los sentimientos anti-afroamericanos que subyacen en La Villita y otras comunidades latinas, según Patrisia Macias-Rojas, socióloga de la Universidad de Illinois en Chicago.
“Creo que hay un cierto grado de distanciamiento con los afroamericanos y con el movimiento Black Lives Matter ([Las] Vidas Negras Importan)”, dijo Macias-Rojas, quien realiza estudios sobre la criminalización de los latinos.
Después de que estallaran las protestas en Chicago y a lo largo de todo el país durante el verano pasado en respuesta al asesinato de George Floyd a manos de un policía en Minneapolis, algunos latinos en La Villita atacaban a los afroamericanos que manejaban por el vecindario, lanzando ladrillos a sus autos y rompiendo las ventanas con bates de béisbol. A los pocos días, los organizadores de la comunidad afroamericana y latina encabezaron una marcha por la paz en el vecindario.
Asimismo, los organizadores hacen un llamado a que exista más solidaridad entre los latinos y otros grupos históricamente oprimidos tras la muerte de Adam. Quieren que más residentes de La Villita se organicen contra lo que describen como las causas profundas de la violencia entre pandillas y policías: pobreza, desinversión y racismo sistémico.
Anahi Botello, una residente de La Villita de 19 años de edad, quien es parte del grupo antiviolencia Increase the Peace (Aumenta la Paz), dijo que está harta de que los jóvenes de su vecindario “no reciban la orientación y el cuidado adecuados que merecen”.
“En lugar de centrarnos en si estos niños son malos o buenos, si forman parte de pandillas o no, hablemos del complejo sistema que fue diseñado para que las minorías fracasen en estos barrios de Chicago”, dijo Botello.
‘Está canijo (difícil) por acá’
Injustice Watch charló con unos 30 residentes del vecindario, muchos de los cuales estaban buscando culpar a alguien o a algo por la trágica muerte del estudiante de séptimo grado a quien un amigo describió como un “niño feliz y divertido”, que “levantaba el ánimo de todos”. Anabel Flores, la madre soltera de un niño de 11 años, criticó al policía por disparar contra Adam cuando tenía las manos en alto. También señaló que se sentía desilusionada al ver que Adam estaba en la calle tan tarde con un arma.
“Es triste que estos niños pequeños estén siendo influenciados por estos pandilleros”, dijo. “El resultado [es] que la policía simplemente piensa al azar que pueden acabar con ellos sin darles una oportunidad”.
No está claro si Adam era un pandillero. Pero simplemente la especulación de que él era uno—basada en sus publicaciones de redes sociales, sus amigos, su ropa e incluso su corte de pelo—llevó a muchos residentes a decir que su muerte fue una consecuencia trágica pero inevitable por juntarse con la gente equivocada.
Muchos residentes dijeron que la violencia de las pandillas es la mayor amenaza que vive este vecindario.
“Está canijo (difícil) por acá”, dijo Jesús Rodríguez, de 32 años, quien vive con sus dos hijas, de 4 y 8 años, cerca de donde Stillman mató a Adam. Los disparos rompen regularmente el silencio de la noche, dijo Rodríguez. A solo dos cuadras de su casa en el último año han habido tres asesinatos, cada uno marcado con un altar, dijo. Uno siente que “no hay por donde escapar”, dijo.
Otros residentes dijeron que estaban preocupados de que la reacción contra el asesinato de Adam desalentaría a la policía de responder a llamadas solicitando ayuda. “La policía solía demorarse en llegar cuando la gente los llamaba por cualquier cosa”, dijo María Pánfilo, madre de dos hijas, de 13 y 10 años. “Ahora ya ni se aparecen en absoluto”.
Sin embargo, el problema de la violencia de las pandillas de La Villita no puede separarse de su historia como una comunidad que ha sufrido de desinversión, dijo Xavier Pérez, criminólogo de la Universidad DePaul.
“Cuando pienso en la presencia de pandillas en esas comunidades, lo veo como un síntoma de otra cosa”, dijo Pérez, quien estudia el crimen en comunidades latinas. “Es un síntoma de pobreza, es un síntoma de discriminación de vivienda, discriminación racial”.
La Villita es un barrio que nació de la práctica de la “línea roja” o redlining (un sistema en el que los bancos y otras instituciones financieras negaban hipotecas a los solicitantes afroamericanos y latinos), la gentrificación y el éxodo de la población blanca.
Antes de que fuera conocida como La Villita, la meca de la cultura mexicana en el medio oeste, La Villita era parte del vecindario de Lawndale, un enclave blanco. Después de que los afroamericanos comenzaran a mudarse al lado norte de Lawndale en los años 50 y 60, la redlining y la desinversión pública lo convirtieron en uno de los peores barrios marginales de la ciudad. Por cierto, en 1966, el Reverendo Martin Luther King Jr. se trasladó allí para organizarse contra la segregación en Chicago. En ese tiempo, los propietarios de negocios blancos y los políticos locales cambiaron el nombre de Sur de Lawndale a La Villita para distinguirse aún más de sus vecinos al otro lado de Calle Cermak.
Los mexicanos comenzaron a mudarse a La Villita durante la década de los años 70, cuando la
ciudad amplió el campus de la Universidad de Illinois en Chicago, expulsándolos a otros barrios.
La zona pronto se convirtió en un imán para los nuevos inmigrantes de México. Hoy en día,
según el censo, más del 80 por ciento de sus 75,000 residentes son hispanos o latinos. Alrededor
de un tercio nacieron fuera de los Estados Unidos, y el 59 por ciento tiene 34 años de edad o
menos. El ingreso medio por hogar es de menos de $34,000 al año, alrededor de $20,000
menos que la ciudad entera.
Los habitantes de La Villita están acostumbrados a luchar para que las necesidades del
vecindario se cumplan. En 2001, los padres organizaron una huelga de hambre demandando al
exalcalde Richard M. Daley que construyera una nueva escuela secundaria, que les había
prometido cuatro años antes. Más recientemente, los residentes se han organizado contra un
inmobiliario multimillonario que planea reurbanizar el Centro Comercial de Descuento, lo que
podría desplazar a más de 100 pequeños comerciantes. Asimismo, en medio de la pandemia del
COVID-19, que ha golpeado La Villita más duro que casi cualquier otro vecindario en Chicago,
una empresa demolió una vieja chimenea, cubriendo el área con una densa nube de polvo.
Tener que luchar por las necesidades básicas hace que el cambio sistémico se haga casi
inalcanzable, dijo Robert Vargas, sociólogo de la Universidad de Chicago, quien estudia las
causas políticas y geográficas de la violencia de las pandillas.
“Si hay padres que tienen que hacer una huelga de hambre solo para que la ciudad cumpla su
promesa [de construir una escuela secundaria], uno solo puede imaginar cuánto más difícil es
realmente conseguir que la ciudad y otros inviertan más en la comunidad”, aseveró el sociólogo.
La desinversión en el vecindario lleva a la falta de oportunidades para los jóvenes, lo que en
parte hace que las pandillas sean atractivas para ellos, dijo Vargas. Pero también alimenta un
énfasis en el logro individual y el fracaso, y lleva a algunos latinos a ver a los pandilleros como
no dignos de compasión, dijo Macías-Rojas.
“Creo que estamos muy enfocados en la historia de éxito, y somos demasiado rápidos para
distanciarnos de las personas más vulnerables de nuestra comunidad”, incluidos los jóvenes que
forman parte de pandillas, dijo.
Camino a la solidaridad
La muerte de Adam sucedió casi un año después de un resurgimiento de la violencia policial y el
racismo sistémico provocado por el asesinato de George Floyd. La semana pasada, un jurado en
Minneapolis declaró culpable a un expolicía blanco llamado Derek Chauvin por el asesinato de
Floyd, un padre de 46 años. Muchos organizadores afroamericanos que apoyaban el movimiento
se alegraron del veredicto, mientras que hicieron un llamado a seguir prestando atención a
asuntos de abuso policial y el racismo institucionalizado.
Algunos grupos legales latinos han pedido al Departamento de Justicia que investigue el
asesinato de Adam. Pero si bien su muerte atrajo la atención a nivel nacional, la violencia
policial contra los latinos no ha provocado los mismos niveles de indignación colectiva entre
otros latinos, ni ha colmado los titulares o estimulado una especie de causa nacional que el
movimiento Black Lives Matter fomentó en el país.
Sin embargo, la violencia policial contra los latinos no es nada nuevo ni infrecuente. El índice de
muertes de latinos asesinados a tiros por la policía es casi el doble que el de los blancos, según
datos recopilados por el Washington Post. Historias de abuso de poder y discriminación por
parte de policías abundan en La Villita y otros vecindarios latinos en Chicago.
Pero, a pesar de ser víctimas de maltrato policial, muchas personas en la comunidad latina
todavía ven la violencia policial como un tema que afecta principalmente a los afroamericanos,
dijo Roberto Rodríguez, profesor de estudios mexicoamericanos en la Universidad de Arizona.
“Es como, cuando piensas en latinos, [piensan en] inmigración, y si vamos a hablar de
brutalidad policial, abuso de las fuerzas del orden, estamos hablando de la comunidad
afroamericana”, dijo Rodríguez, quien escribió un libro sobre la golpiza que recibió de la policía
en Los Ángeles en la década de 1970.
Macías-Rojas dijo que “hay una oportunidad real aquí para vincular lo que ha estado sucediendo
en las comunidades latinas en torno a la inmigración y la criminalización de los jóvenes con lo que está sucediendo alrededor de Black Lives Matter” y la violencia estatal contra los afroamericanos. Esas conversaciones podrían ayudar a cerrar las brechas tanto dentro de la comunidad latina como entre latinos y otros grupos que luchan contra el racismo sistémico, dijo.
El domingo 18 de abril, cientos de personas marcharon por La Villita para honrar la vida de
Adam. Muchos llevaban puestos camisetas blancas, levantando carteles con su cara redonda.
Los organizadores repartieron flores y los manifestantes las pusieron sobre la cerca de madera
donde Adam fue asesinado. La cerca lleva un mural de la silueta de Adam con alas de ángel.
Amigos y familiares grabaron mensajes en el mural. “Te extrañamos”, dice uno.
Unas horas antes de la marcha, un grupo de personas se reunió en el Parque Douglass en el lado
norte de Lawndale. Se sentaron frente al Árbol de Rekia, llamado así por Rekia Boyd, una mujer
afroamericana de 22 años quien murió a tiros por el detective de policía de Chicago Dante
Servin en 2012, quien no estaba de servicio cuando mató a la mujer.
Un montón de grupos comunitarios liderados por afroamericanos y latinos de Chicago
convocaron a la multitud allí para celebrar una vigilia por Adam y otras víctimas de la violencia
policial. En un folleto se mostraba una imagen de un sonriente Adam con una gorra de béisbol y
con su mano izquierda en la barbilla. Encima de ella estaban los nombres y fotos de otras
víctimas que murieron a manos de la policía de Chicago, entre ellos Anthony Álvarez, Bettie
Jones y Dakota Bright, de 15 años.
Reina Torres, de 16 años, organizadora juvenil del grupo GoodKidsMadCity (Niños Buenos
Ciudad de Locos), dijo que el objetivo era reunir a familias y seres queridos afroamericanos y
latinos de aquellos que han sido asesinados por la policía y quienes han experimentado violencia
policial.
“Hay poder en las cifras”, le dijo a la multitud.
Rey Wences, una persona encargada de organizar a la comunidad de 29 años que creció en La
Villita, dijo que los jóvenes en el vecindario están conectando sus experiencias con lo que la
gente en las comunidades afroamericanas vive. Pero la comunidad latina todavía necesita “tener
al mismo tiempo conversaciones reales sobre cómo hemos jugado en contra de la comunidad
afroamericana”, un pilar de cómo se ve la “policía en la ciudad”, dijo.
Wences también piensa que es hora de que La Villita preste más atención a lo que sus jóvenes,
incluyendo los que forman parte de pandillas, opina.
“Solo espero que de este desafortunado evento podamos dirigirnos a nuestros jóvenes y
escucharlos, porque han sido descuidados”, dijo.
Josh McGhee contribuyó a este reportaje.
Traducido por Marcela Cartagena
Cientos de personas se reunieron en La Villita el domingo 18 de abril de 2021 para protestar por el asesinato de Adam Toledo de solo 13 años en manos de la policía.
Anahi Botello, de 19 años, originaria de La Villita y miembra de una organización que aboga contra la violencia, dijo que quería más oportunidades para los jóvenes del vecindario. “Estoy tan cansada de que estos niños de mi barrio no reciban la orientación y el cuidado adecuados que se merecen”, dijo.
José Rodríguez, de 32 años, está criando a sus dos hijas pequeñas en La Villita. Tiene miedo de las pandillas y está harto de los tiroteos que según el escucha regularmente. “No hay por donde escapar”, dijo.
Irma Morelos, una residente de La Villita desde hace mucho tiempo y organizadora de Unite Little Village, dijo que la muerte de Adam recalca la desinversión y la falta de recursos en su vecindario. “La policía hace uso de tantos recursos, es un insulto”, dijo.
Personas sostienen un cartel con una foto de Adam Toledo, de 13 años, durante una marcha en La Villita el domingo 18 de abril de 2021