Este artículo, publicado originalmente en inglés por Borderless Magazine, está traducido por Gisela Orozco gracias al proyecto “Traduciendo las noticias de Chicago”, del Instituto de Noticias Sin Fines de Lucro (INN).
Por Ashley J. Chong
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Mi abuela materna, Helen Um, vino por primera vez a los Estados Unidos en 1962, proveniente de Corea del Sur. Eligió Chicago para que fuera su hogar adoptivo cuando visitó por primera vez la ciudad en 1964. En ese momento, la ciudad tenía sólo unos cientos de coreanos. Hoy en día, tiene la quinta población coreana más grande del país, con 61,000 coreanos viviendo en el área metropolitana.
Al igual que los asiáticos estadounidenses en otras ciudades, durante la pandemia de COVID-19, la población asiática de Chicago ha sido objeto de un aumento del racismo. En estos tiempos difíciles, considero importante celebrar y recordar las historias de los asiático-estadounidenses. Después de todo, somos más que los ataques contra nosotros; somos comunidades vibrantes con legados ricos y complejos.
Tal y como me dijo Natasha Jung, cofundadora de Cold Tea Collective cuando hablé con ella la semana pasada, “No [luches] solamente por detener el odio hacia los asiáticos; celebra las vidas asiáticas”.
Para celebrar el mes de la Herencia Asiático Estadounidense y de las Islas del Pacifico, hablé con mi abuela sobre su vida en Estados Unidos, cómo fue que fundó el centro coreano de autoayuda y cómo es que sirve a las comunidades que la rodean.
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Estábamos treinta de nosotros hacinados en un apartamento en Chicago, usando cualquier pedazo de papel para la clase de inglés, incluso la parte posterior de las hojas del calendario. Yo era una de los tres maestros que ayudaban a los estudiantes que eran inmigrantes coreanos que dirigían sus propios negocios. Pero yo no era profesora, era una estudiante que cursaba el doctorado en enfermería en la Universidad de Illinois en Chicago.
Mi objetivo profesional era ayudar a mi comunidad más allá de las paredes del hospital. Aunque las clases de inglés comenzaron debido a la alta demanda, sentí que había una oportunidad para que fuera algo más grande. ¿Y si pudiera expandir lo que estábamos haciendo en una organización en todo el sentido de la palabra, para así servir a la comunidad coreana de Chicago?
Al igual que mis estudiantes, yo también era un inmigrante y sabía lo difícil que era adaptarse a un nuevo país.
Nací en Osaka, Japón en 1935, cuando Corea estaba bajo la ocupación japonesa. Cuando cursaba el cuarto grado, mi familia se mudó a Yesou, Yeosu, ciudad de la provincia de Jeolla del Sur, ubicada en el suroeste de Corea del Sur. Mi madre me inculcó el patriotismo, incluso cuando mi país estaba a punto de ser borrado.
Fui a la escuela de enfermería porque era gratis y descubrí que realmente la disfruté. Después de trabajar como enfermera escolar, vine a Estados Unidos en 1962 como parte de un programa de intercambio de enfermeras, en Richmond, Virginia. Durante el día, estudié en un programa de licenciatura en enfermería y durante la noche, trabajé en el hospital.
El inglés que aprendí en la escuela y con los misioneros en Corea, no fue suficiente y batallé mucho con el idioma. También extrañaba la comida coreana; no había una gran comunidad coreana en el área y yo era la única coreana en mi programa. Y extrañaba a mi hija, que es mi primer hijo, y quien nació justo un año antes.
Escuché decir que había más coreanos en Chicago, así que después de mis dos años en el programa, me mudé. Trabajé en el Hospital del Condado de Cook y también estudié durante un año, antes de regresar a Corea en 1965.
Mi educación en los Estados Unidos me hizo destacar de mis compañeros. Me convertí en decana del Colegio de enfermería Jeonju Margaret. Conforme mis hijos crecían, me sentía intranquila. Quería estudiar enfermería avanzada y volver a Estados Unidos.
Así que en 1981 regresé a los Estados Unidos, pero esta vez con mi hija y mis dos hijos. Obtuve una beca para estudiar un curso de especialista clínico en Indiana y completé tanto el curso de enfermera registrada y la licenciatura en ciencias en enfermería.
Afortunadamente, ocho meses después de llegar a los Estados Unidos, mi madre vino a ayudarme con mi hogar y mis hijos. Mi hija mayor era estudiante universitaria y mis hijos estaban en la escuela secundaria. No mucho tiempo después, mi marido también se vino al país y mi familia estaba completa.
En 1983, nos mudamos a Chicago cuando empecé mi maestría y luego mi doctorado en enfermería en la Universidad de Illinois en Chicago (UIC, por sus siglas en inglés).
Desde la primera vez que llegué a Chicago hasta que regresé, la comunidad coreana había crecido significativamente. A principios de los 60 había aproximadamente 500 coreanos en la ciudad. Pero cuando vine a la ciudad por segunda vez, había 22, 000 coreanos, así como una comunidad próspera en Albany Park. Conocí a coreanos que estaban interesados en mejorar su inglés y formé un equipo pequeño integrado por una persona coreano estadounidense, un profesor estadounidense y yo, para realizar clases de inglés en un apartamento todos los días de semana.
La primera clase fue el 12 de mayo de 1985. Cinco meses después, el 12 de octubre de 1985, abrimos el Centro Coreano de Autoayuda [ahora llamado el Centro Comunitario Integral de Chicago]. Por medio de la ayuda de la gente, aprendí cómo solicitar subvenciones y recibí fondos de The Chicago Community Trust y otras fundaciones, que ascendían a aproximadamente $40,000.
El principio básico del Centro era el concepto de atención primaria de la salud, que la Organización Mundial de la Salud define como “un enfoque de la salud basado en la sociedad en su conjunto que tiene por objeto garantizar el más alto nivel posible de salud y bienestar y su distribución equitativa”. Priorizamos la comunidad por encima de todo y servimos a todos en ella.
El Centro estaba ubicado en el que en ese entonces era el corazón de la comunidad coreana, justo en Albany Park, cerca de Leland y Lawndale. Alquilamos un apartamento y luego otro para ofrecer servicios que iban más allá de las clases de inglés. Tuvimos servicio de guardería después de la escuela, clases de computación, exámenes de salud, clases de manejo y asesoría legal. También ofrecimos servicios de salud mental, que fueron estigmatizados en ese momento, hasta el punto de que algunos se quejaron de que éramos casi como un hospital mental.
Mi esposo y mi madre también se involucraron sirviendo en el Centro. Mi marido ayudó cuando había situaciones peligrosas con respecto a las víctimas de violencia doméstica; mi madre ayudó con el cuidado de niños y donó el dinero que ganó a los inmigrantes pobres que recién llegaban.
Pronto se corrió la voz sobre nosotros y nuestro trabajo y contamos con la ayuda de profesionales como médicos y abogados que se asociaron con nosotros. También me conecté con escuelas de enfermería locales como el colegio de enfermería de la Universidad Rush,la Universidad de Illinois en Chicago y la Escuela de Enfermería de North Park para que los estudiantes de enfermería cumplieran con las horas de servicio de enfermería comunitaria en nuestro Centro.
Capacitamos a trabajadores comunitarios del sector salud que dominaban el coreano y a
trabajadores comunitarios del sector salud bilingües, que hablaban coreano e inglés y podían ser intérpretes. Y trabajamos con cualquiera, sin importar su estatus migratorio.
Diariamente, unos 500 coreanos iban al Centro. A medida que los coreanos comenzaron a irse de Chicago para mudarse a los suburbios del noroeste, en la década de 1990, también empezamos a trabajar con otros inmigrantes y refugiados. Nuestro arrendador no estaba contento con la cantidad de gente que venía a nuestro centro.
En 1998 cuando dejé Chicago para regresar a Corea, esta vez a Seúl, el arrendador intentó cerrar el Centro. Los miembros de la comunidad recaudaron fondos y yo puse a la venta terrenos que tenía en Corea para recaudar dinero y comprar una casa nueva para el Centro, ubicada en la misma zona. Ahí es donde todavía se encuentra el Centro.
Mientras el Centro se ajustaba a su nueva realidad, continué mi carrera de enfermería en Seúl. Enseñé enfermería parroquial en la Universidad de Mujeres de Ewha. También trabajé con enfermos mentales, discapacitados, ancianos y víctimas de violencia doméstica. Y me mantuve conectada con el Centro siendo miembro de la junta. Además, mis hijos se quedaron en los Estados Unidos, así que visité el centro cada cierto tiempo cuando venía a verlos.
En la actualidad, sigo publicando, investigando y presentando activamente temas como la prevención de la demencia y las víctimas de la violencia doméstica. Durante los últimos años, he estado entre Seúl y Chicago atendiendo a mi madre, que tiene 105 años.
A los aspirantes a trabajadores de la salud, quiero enfatizarles la importancia de trabajar con la gente de la comunidad y no sólo con los proveedores de atención médica. Escucha a la gente, sus opiniones, sus ideas y pensamientos, porque ellos saben cuáles son sus problemas. Cuida de todos.
El Centro Comunitario Integral de Chicago (Chicago Comprehensive Community Center) se encuentra en 4934 N. Pulaski Rd. Se puede contactar llamando al (773) 545 8348.